#5: ¡Cómo me gusta pisar los charcos!
(Carlos, 8 años)
(Carlos, 8 años)
A la porra con las consecuencias... ¡empaparse jugando con agua, es super-divertido!
"La creación
espontánea es la razón por la que hay algo en lugar de nada, el porqué de la
existencia del universo, el porqué de nuestra existencia"
Stephen Hawking.
Espontaneidad.
Si hablamos de música, la espontaneidad es la clave a la hora de componer. Los autores
coinciden en describir lo que sienten cuando inician el proceso de composición
con frases tales como “Cuando viene la inspiración, simplemente me dejo
llevar”, “Juego con la música como lo haría un niño”, “Cuando escribo, lo hago
de manera espontánea”, “Jamás corrijo cuando empiezo a escribir una canción.
Eso no me preocupa. Escribo, escribo, escribo”. “Sencillamente, improviso, Dejo
que la música fluya naturalmente”. “Mi proceso es espontáneo, no intelectual”.
Como adultos, sin embargo, resulta impresionante comprobar como nos limitamos porque en algún
momento de nuestra vida alguien nos dijo que hay cosas que no se pueden hacer,
argumentando para ello razones inexactas cuando no directamente falsas. Existe una
gran diferencia entre aquello que se puede o no se puede hacer, y entre lo que
se debe o no se debe hacer.
El problema surge cuando confundimos poder con deber. Y más si esa
confusión parte de una falsa premisa que nos han enseñado, a destiempo en esa edad
de la ingenuidad y la improvisación en
la que algo se rompe en el mismo momento en que nos dicen que no está bien
patear los charcos, matando con ello nuestra espontaneidad, nuestros deseos de
divertirnos, de pasarlo bien…
Cuando un niño ve un charco lo que quiere es patearlo y pisotearlo.
Sin más. Le resulta incomprensible que se lo impidan, entre otras cosas porque
los niños, que son más listos de lo que creemos, saben que no tiene nada de
malo pisotear los charcos. Luego crecemos y pasamos por la vida mirando charcos
en los que no estamos dispuestos a chapotear y, lo que es peor, prohibiendo a
nuestros hijos que lo hagan, en un ejercicio estúpido de venganza vital,
atávica, por el simple hecho de que a nosotros tampoco nos permitieron hacerlo
cuando quisimos.
Los peques no se molestan
en hacer planes. Aquello que tiene que ocurrir, simplemente ocurre. Por lo
general, tampoco tienen miedo al ridículo. Los adultos, por el contrario,
vivimos encorsetados; ¡qué importante resulta guardar las apariencias! No
importa sin con ello perdemos nuestra espontaneidad, sacrificando con ello nuestro
verdadero “yo”, para acabar mostrándole al mundo una imagen muy diferente de
cómo somos en realidad.
Y lo peor de todo no es
que los demás tengan una idea distorsionada sobre nosotros, lo peor es que
nosotros mismos acabamos por sufrir verdaderos trastornos de personalidad al
vernos obligados a remar contra nuestra propia corriente; a seguir patrones de
comportamiento conforme a lo políticamente correcto con los que no estamos de
acuerdo; a encajar en la norma.
A diferencia de los más
pequeños, a los adultos, nos preocupa demasiado lo que los demás piensen de
nosotros. En eso los pequeños nos ganan por la mano. Llegamos a olvidar que
nacimos como “originales”, y no como fotocopias, y que es en coherencia con
nuestro propio ser, como deberíamos mantenernos.
Dejar rienda libre a nuestra espontaneidad es el primer
paso para sentirnos libres en un mundo que, al contrario de lo que nos venden,
está cada vez más lleno de rigidez y de normas.
¿Reflexionamos?
En cuanto a ti:
En cuanto a ti:
·
¿Sientes
que con el paso de los años has olvidado la
importancia de lo “liviano”, del juego, de la espontaneidad y de la
improvisación?
· ¿Cuándo fue la última vez
que hiciste una llamada telefónica a una persona para reiterarle tu cariño, tu
amistad o tal vez para reforzar las relaciones comerciales, sin esperar a las
fechas convencionales (léase onomástica, Navidad, etc.)?
· Recuerdas la ultima vez
que, de manera espontánea, dijiste “te quiero” a alguien a quien amas?
· ¿Puedes citar la fecha
exacta en que sorprendiste a alguien con una atención que no esperaba?
· ¿Eres el primero en
saludar, en estrechar la mano?
· ¿Te mantienes distante y esperas a que sean
otros quienes se dirijan a ti?
· ¿Conservas la dosis de energía necesaria para
vivir, reír, sentir y disfrutar cada momento, a pesar de los convencionalismos
y las dificultades?
· ¿Dirías que te consideras
“auténtico”?
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