Cuando la sabiduria de los pequeños sale al encuentro de los mayores, o el arte de romper paradigmas.

"Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquéllo que desea" (Paulo Coelho)


lunes, 7 de noviembre de 2016

Espontaneidad.



#5: ¡Cómo me gusta pisar los charcos!
                                                         (Carlos, 8 años)



A la porra con las consecuencias... ¡empaparse jugando con agua, es super-divertido!



 "La creación espontánea es la razón por la que hay algo en lugar de nada, el porqué de la existencia del universo, el porqué de nuestra existencia"
                                                                                                                 Stephen Hawking.
  




Espontaneidad.


Si hablamos de música, la espontaneidad es la clave a la hora de componer. Los autores coinciden en describir lo que sienten cuando inician el proceso de composición con frases tales como Cuando viene la inspiración, simplemente me dejo llevar”, “Juego con la música como lo haría un niño”, “Cuando escribo, lo hago de manera espontánea”, “Jamás corrijo cuando empiezo a escribir una canción. Eso no me preocupa. Escribo, escribo, escribo”. “Sencillamente, improviso, Dejo que la música fluya naturalmente”. “Mi proceso es espontáneo, no intelectual”. 


Como adultos, sin embargo, resulta impresionante comprobar como nos limitamos porque en algún momento de nuestra vida alguien nos dijo que hay cosas que no se pueden hacer, argumentando para ello razones inexactas cuando no directamente falsas. Existe una gran diferencia entre aquello que se puede o no se puede hacer, y entre lo que se debe o no se debe hacer.

El problema surge cuando confundimos poder con deber. Y más si esa confusión parte de una falsa premisa que nos han enseñado, a destiempo en esa edad de la ingenuidad y la improvisación  en la que algo se rompe en el mismo momento en que nos dicen que no está bien patear los charcos, matando con ello nuestra espontaneidad, nuestros deseos de divertirnos, de pasarlo bien…

Cuando un niño ve un charco lo que quiere es patearlo y pisotearlo. Sin más. Le resulta incomprensible que se lo impidan, entre otras cosas porque los niños, que son más listos de lo que creemos, saben que no tiene nada de malo pisotear los charcos. Luego crecemos y pasamos por la vida mirando charcos en los que no estamos dispuestos a chapotear y, lo que es peor, prohibiendo a nuestros hijos que lo hagan, en un ejercicio estúpido de venganza vital, atávica, por el simple hecho de que a nosotros tampoco nos permitieron hacerlo cuando quisimos.

Los peques no se molestan en hacer planes. Aquello que tiene que ocurrir, simplemente ocurre. Por lo general, tampoco tienen miedo al ridículo. Los adultos, por el contrario, vivimos encorsetados; ¡qué importante resulta guardar las apariencias! No importa sin con ello perdemos nuestra espontaneidad, sacrificando con ello nuestro verdadero “yo”, para acabar mostrándole al mundo una imagen muy diferente de cómo somos en realidad.

Y lo peor de todo no es que los demás tengan una idea distorsionada sobre nosotros, lo peor es que nosotros mismos acabamos por sufrir verdaderos trastornos de personalidad al vernos obligados a remar contra nuestra propia corriente; a seguir patrones de comportamiento conforme a lo políticamente correcto con los que no estamos de acuerdo; a encajar en la norma.

A diferencia de los más pequeños, a los adultos, nos preocupa demasiado lo que los demás piensen de nosotros. En eso los pequeños nos ganan por la mano. Llegamos a olvidar que nacimos como “originales”, y no como fotocopias, y que es en coherencia con nuestro propio ser, como deberíamos mantenernos. 

Dejar rienda libre a nuestra espontaneidad es el primer paso para sentirnos libres en un mundo que, al contrario de lo que nos venden, está cada vez más lleno de rigidez y de normas.

¿Reflexionamos?

En cuanto a ti:
·    ¿Sientes que con el paso de los años has olvidado la importancia de lo “liviano”, del juego, de la espontaneidad y de la improvisación?
·    ¿Cuándo fue la última vez que hiciste una llamada telefónica a una persona para reiterarle tu cariño, tu amistad o tal vez para reforzar las relaciones comerciales, sin esperar a las fechas convencionales (léase onomástica, Navidad, etc.)?
·     Recuerdas la ultima vez que, de manera espontánea, dijiste “te quiero” a alguien a quien amas?
·    ¿Puedes citar la fecha exacta en que sorprendiste a alguien con una atención que no esperaba?
·    ¿Eres el primero en saludar, en estrechar la mano?
·    ¿Te mantienes distante y esperas a que sean otros quienes se dirijan a ti?
·    ¿Conservas la dosis de energía necesaria para vivir, reír, sentir y disfrutar cada momento, a pesar de los convencionalismos y las dificultades?
·   ¿Dirías que te consideras “auténtico”?





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