Cuando la sabiduria de los pequeños sale al encuentro de los mayores, o el arte de romper paradigmas.

"Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquéllo que desea" (Paulo Coelho)


miércoles, 9 de noviembre de 2016

Pedir ayuda.




#6 – “Me he dado un porrazo, pero no pasa nada. ¡Me han ayudado a levantarme!”. 
(Sara, 9 años)
                                                                               


 Pedimos milagros, como si no fuese el milagro más evidente el que los pidamos.
Miguel de Unamuno.
 
En ocasiones las cosas no se dan a quienes las merecen, sino al que sabe como pedirlas.
Arthur Schopenhauer





Pedir ayuda.


En 1933 un rey británico tartamudo, pronuncia un discurso que es retransmitido por radio. En él pide unidad al pueblo británico  para hacer frente al  creciente peligro nazi.

Anterior a esta petición de ayuda, había tenido lugar otra de extraordinaria importancia: la realizada por la esposa del rey a un logopeda australiano, Lionel Logan, solicitando su ayuda para enseñar a su marido a superar su problema de tartamudez 

Tras acceder a lo que Elizabeth Bowes-Lyon,  Duquesa de York le solicita, Logan pide la colaboración de toda su familia para poder llevar a cabo su trabajo, lo cual da lugar a otra petición explícita: que no interrumpan, bajo ningún concepto, las sesiones en las que trabajará con su nuevo alumno, el rey Jorge VI.







Los seres humanos constituimos un extraordinario tapiz de relaciones, entretejidas en forma de peticiones, ofertas y compromisos y, sin embargo, ¿qué diablos nos pasa a los adultos a la hora de pedir ayuda? ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo realizar una petición? ¿Creemos que eso es una señal de debilidad? ¿De incompetencia? ¿De inmadurez? ¿Es acaso porque tenemos miedo a que nuestra demanda sea rechazada? ¿O la verdadera razón es que evitamos pedir porque pensamos que si alguien nos da lo que pedimos, desde ese momento estamos en deuda?

Cualesquiera que sean las razones –la lista sería interminable, teniendo en cuenta la diversidad de creencias, sistemas de valores, códigos de comportamientos y culturas de los millones de seres que poblamos la tierra-, lo cierto y verdadero es que, llegado el caso y a diferencia de los mayores, los pequeños no se detienen en tantas disquisiciones,  ni se avergüenzan de solicitar ayuda cuando la necesitan. 

Si tienen un problema o se encuentran atrapados en una situación que se les escapa de las manos, se acercan a nosotros y con una sola palabra nos demuestran lo humildes, y a un tiempo asertivos,  que pueden llegar a ser: ¡Ayúdame!

Por lo general, los adultos nos sentimos incómodos ante el hecho de tener que pedir ayuda. Abandonar el patrón tipo  “Superman” o “Superwoman” que llevamos practicando durante demasiado tiempo, supone para algunos un trauma de tal calibre que somos capaces de arrastrar enormes sufrimientos, las mayores soledades, increíbles frustraciones y tremendas penurias en silencio, antes de pronunciar esa palabra mágica que escuchamos decir con toda naturalidad a los pequeños: ¡Ayúdame!

Y lo que es aún peor: en ocasiones, ante nuestra incapacidad para pedir las cosas de forma explícita, nos irritamos profundamente cuando los demás no saben interpretar nuestras necesidades ni nuestros problemas; cuando no saben traducir que necesitamos ayuda; cuando les reprochamos que no se dignen ofrecer esa ayuda que nosotros jamás nos hemos tomado la molestia de pedir.  Ciertamente irónico, ¿verdad? Pues tan real como la vida misma. 

Por otra parte, si a las resistencias que generamos para llevar a cabo peticiones le sumamos nuestra falta de especificidad a la hora de formular el pedido, se hace muy complicado que aquéllos a quienes nos dirigimos puedan complacernos

Saber qué se quiere, y saber pedirlo.

Un enorme problema añadido a nuestra incapacidad de pedir es que, en ocasiones, cuando finalmente lo hacemos, no somos capaces de articular nuestro pedido de forma precisa. Esto hace que nos cuestionemos porqué los resultados no son los que a nosotros nos gustaría y por qué los demás no entienden cuales son nuestras verdaderas necesidades. Indicar con claridad lo que deseamos es, sencillamente,  dar el primer paso para conseguirlo.

Ilustremos lo anterior con un divertido cuento popular:

Un hombre encontró una botella mientras paseaba por la orilla del mar. La toma en sus manos y retira el tapón. De repente, ante su asombro, envuelto en una interminable columna de humo, sale un genio del interior de la misma.

“Gracias por librarme de la botella que me ha tenido preso durante tanto tiempo. En recompensa, pídeme tres deseos, porque voy a hacerlos realidad”, le dice el genio.

El hombre, profundamente sorprendido pero encantado con su suerte, le dice: “Fantástico” Sé exactamente lo que quiero. Llevo mucho tiempo suspirando con ello. En primer lugar, quiero un millón de euros disponibles en mi cuenta del banco” Al instante aparece entre sus manos un recibo de depósito bancario que refleja exactamente esa cantidad. 

“Genial”, dice el hombre. "Mi próximo deseo es tener un Porsche, de color negro, último modelo”  Dicho y hecho. Ante sus ojos aparece un espectacular automóvil que se ajusta exactamente a lo que el hombre ha pedido.

“Finalmente, y como tercer deseo, quiero que me conviertas en irresistible para las mujeres”. El genio lo toca con su mano y lo convierte ¡en una caja de bombones!

¡No fue lo suficientemente específico, y el genio se confundió!

Una petición especifica, bien articulada, es una posibilidad que nos brinda el lenguaje para crear una realidad diferente y conseguir un resultado determinado. La cuestión es, sin embargo, que muchos planteamos nuestras peticiones de manera difusa, con demasiados rodeos y circunloquios, como si nos ocultásemos detrás del lenguaje, con lo cual se hace prácticamente imposible que nuestro interlocutor pueda interpretar, y menos satisfacer, nuestras peticiones.

Así, frases que en realidad esconden peticiones difusas tales como: “¡Uf! estoy tan cansada para ir a comprar”, “¿Cuánto hace que no vamos a ver una buena película?” ¿Recuerdas la cena tan agradable en aquél restaurante al que fuimos hace cinco años, para celebrar nuestro aniversario?  y la típica “¿Cuándo podré ver un partido sin niños enredando de por medio?",  no hacen sino complicar las cosas cuando comprobamos que nadie mueve un pie para ir a comprar nada, ni saca entradas para ir a cine alguno y mucho menos nos sorprende con una maravillosa velada, en un restaurante del que, por lo general, ya ni se acuerda, en tanto que los niños siguen campando a sus anchas por la habitación, sin nadie que les diga que a su padre le encanta ver, de vez en cuando, algún partido de futbol en santa paz.  

Cuando extrapolamos lo anterior al ámbito empresarial, algunos pedidos sobre los que debemos extremar nuestra especificidad están relacionados, entre otros muchos ejemplos, con: 

  • Pedir referencias e informes sobre terceros.
  • Pedir que aprueben nuestra oferta.
  • Pedir la apertura de conversaciones para abrir nuevas líneas de negocios, establecer alianzas, etc.,
La manera en que formulemos nuestras peticiones y demandas, pueden marcar una sensible diferencia en la marcha de nuestros negocios.

Por otra parte, en el ámbito de lo personal, recordemos que hacer peticiones nos permite:

  • Sentir que el miedo, la inseguridad, la timidez, o el orgullo, no controlan nuestras vidas.
  • Mejorar nuestras relaciones interpersonales
  • Aumentar, de manera legítima,  nuestro poder personal, y de persuasión.
  • Ser más efectivos en aquello en lo que nos desempeñamos.
  • Sentir que no estamos solos para afrontar los retos que tenemos por delante.

A modo de ejemplo, recordemos algunos de los pedidos que cambiaron el curso de la historia, y que resultaron efectivos, entre otras cosas, porque se realizaron con toda claridad:

  • Cristóbal Colón pidió ayuda a los reyes de España y descubrió un nuevo mundo
  • Martin Luther King pidió igualdad para los negros y cambió el curso de las relaciones inter raciales  y los derechos de las personas de color, en Estados Unidos.
  • La Madre Teresa de Calcuta pidió ayuda para apoyar a los pobres y creó la orden de las Misioneras de la Caridad
  • Winston Churchill pidió a los ciudadanos del Reino Unido que no se rindieran y salvó a Gran Bretaña de la invasión nazi, durante la II Guerra Mundial.
 ¿Cuál será la próxima petición que tú hagas, que marque la diferencia?

¿Reflexionamos?.


  • Para actuar frente a la adversidad y los contratiempos,  ¿consideras, entre otras alternativas, poner en marcha una “red de ayuda”?
  • ¿Cómo te sientes ante la posibilidad  de tener que hacerlo?
  • Si existen razones por las que  te cuesta pedir, ¿puedes citar cuáles son esas razones?
  • ¿Identificas alguna de ellas con la duda, el miedo, la inseguridad, la arrogancia, la sensación de que te bastas a ti mismo para salir adelante?
  • ¿Te has parado a pensar que consecuencia tiene esa incapacidad tuya para pedir ayuda?
  • ¿Qué está dificultando en el fluir de tus actuaciones?
Y por otra parte, 

  • ¿Sabes qué es exactamente aquello que quieres/necesitas cuando lo pides?
  • ¿Te aseguras de haber determinado los requerimientos de tu petición con toda claridad?
  • Si no consigues lo que pides a la primera, ¿persistes en tu empeño?
  • ¿Cómo gestionas recibir un NO como respuesta?
Como cierre de todo lo anterior, y ya en clave de notas musicales, una joya compuesta por  Nikolai Rimsky-Korsakov (1844-1908): El vuelo de moscardón”.

Esta suite sinfónica, perteneciente a la obra “La Leyenda del Zar Saltan”, incluye personajes tales como el heroico príncipe Guidon Saltanovich y la bella princesa Cisne, y se interpreta cerrando el Acto III, justo después de que Guidon, triste y  afligido en tierras lejanas por la añoranza de su hogar, al divisar un barco que viaja rumbo a su patria, pide ayuda al Cisne, que le transforma en moscardón, de manera que, echando a volar, pueda seguir al barco.


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