#4: ¡Yo quiero subir por el tobogán al
revés!
(Irene -hermana de Paula-, 6 años)
Para
abrir nuevos caminos, hay que inventar; experimentar; crecer, correr riesgos,
romper las reglas, equivocarse… y divertirse.
Mary Loy Cook
Parque infantil, 18:30 de la tarde. Un grupo de pequeños se turnan para deslizarse
por el tobogán. Irene, de 6 años, contempla la escena en silencio. Cuando llega
su turno, da un paso atrás y deja pasar a la niña que le sigue en la fila,
mientras observa atentamente el “protocolo” del juego: subir por la escalerilla
situada en la parte trasera del artilugio y deslizarse a continuación por la
rampa metálica para caer sobre la “playa de arena", a los pies del tobogán. Sin
perder su turno en la fila pero cediendo, una y otra vez, el paso a otros pequeños, Irene se muestra
remisa a subir por la escalerilla del artilugio.
Sin comprender esa actitud y su pasividad ante el
juego del que los demás disfrutaban de lo lindo, yo seguía atentamente la
escena. Pasado algún tiempo, finalmente
entendí de qué iba la cosa. Cuando el tobogán quedó libre –un par de niños optaron
por los columpios, otros por el balancín y una tercera desapareció agarrada de
la mano de su padre- Irene se apartó de la escalerilla para poner en marcha el
primer intento de su “transgresor experimento”, desafiando con ello a las leyes
de la física, de la lógica, y del propósito del propio artilugio, al tomar
carrerilla e intentar trepar, por la rampa metálica del tobogán, en sentido
contrario.
Sin embargo, uno tras otro, todos los intentos resultaron intentos
fallidos. No había manera de subir por la rampa metálica deslizante, más allá
de unos cuantos centímetros. En su empeño, la pequeña retrocedía más y más para
tomar carrerilla, consiguiendo siempre el mismo resultado: darse, una y otra
vez, de bruces, contra la chapa metálica.
Yo no daba crédito a lo que estaba sucediendo. De nada
servían mis llamadas de atención “Irene, te vas a hacer daño”, “Irene, pero no
ves que no puedes subir así”, “Irene, que te vas a romper la cara”… Una y otra
vez la misma respuesta: “pero es que yo no quiero subir por la escalera; yo
quiero subir por el tobogán al revés”
Tras unos cuantos intentos infructuosos, la pequeña se
detuvo por fin; mirando fijamente el tobogán durante unos instantes, cambió su
estrategia. Habiéndose percatado de dos pequeños asideros situados a media
altura, a ambos lados del tobogán, a partir de ese momento, su objetivo no
consistiría en tomar carrerilla para llegar hasta la cima de la rampa; su
objetivo se centraría en una sola cosa: tomar el impulso suficiente como para alcanzar
los asideros del tobogán de manera que, una vez asida a los mismos, trepar hasta la cima del aparato, para deslizarse
desde allí.
Y así fue exactamente como sucedió. Un par de
carreras, un par de impulsos, dos intentos fallidos y, ¡por fin! a la tercera
–siempre dicen que es cuando va la vencida- una Irene triunfante, sonriente, dándose
el gustazo de tirarse desde lo más alto del trampolín, a la manera
“tradicional”, mostrando orgullosa, con ambas manos el gesto de la “V”, de
victoria, tras conseguir su pequeña, gran proeza: trepar por
la rampa metálica, hasta la cima del tobogán,
en sentido contrario.
Creatividad.
Nadie como los pequeños para nadar contra corriente. ¿Creatividad?
¿Espíritu competitivo? ¿Imaginación desafiante? Cualesquiera que sean las
razones, lo cierto y verdadero es que les encanta inventar, experimentar,
salirse de la norma. Nadie como ellos disfrutan después con los resultados
cosechados al tener éxito en su reto.
¿Y qué hay de nosotros, los adultos? En ocasiones
sentimos la tremenda necesidad de convertirnos en transgresores y luchar por
aquello que queremos, aunque para ello, como la pequeña Irene, tengamos que romper las reglas establecidas.
Nadie como los empresarios que han triunfado
conoce lo que significa aparcar los convencionalismos y salirse “del carril”
que otros han marcado.
Sin embargo, luchar desde la mera fuerza de nuestras
convicciones, no siempre es suficiente. Para nadar contra-corriente se necesita
algo más que convertirse en trucha. Es necesario, además, tener la habilidad
suficiente como para buscar y encontrar los apoyos y recursos necesarios para
abordar la tarea. “Dadme una palanca y moveré el mundo”, dijo Arquímedes.
En nuestra obsesión por controlarlo todo, no siempre
buscamos nuestro punto palanca; aquél sobre el cual podamos apoyarnos. Nos
embarquemos en ocasiones en proyectos y aventuras idealistas “contra todo
pronóstico”, sin evaluar el contexto que rodea la situación. Pasamos por alto
echar una amplia y atenta mirada a nuestro alrededor para buscar agarres que
nos permitan tomar impulso de cara a la
tarea que tenemos por delante. Nos olvidamos de redefinir, con
inteligencia, las “reglas del juego”.
Nadie pone en duda a estas alturas que la palabra “creatividad”
está de moda. Las empresas saben que, para seguir avanzando, necesitan
potenciar imperiosamente el desarrollo, la innovación y la creatividad de sus
equipos de trabajo. Los negocios del siglo XXI obligan a una constante búsqueda
de elementos diferenciadores. Pero el
asunto no es tan sencillo.
No resulta fácil abandonar los paradigmas conocidos,
salirse de nuestra zona cómoda para adentrarnos en la aventura de reinventar lo
que ya creemos que funciona. En los tiempos que corren, sin embargo, la imperiosa
necesidad de “romper con la norma” se ha convertido en “la norma”.
“No podemos solucionar problemas del presente
aplicando soluciones del pasado”, sentenció en una ocasión Albert Einstein. El
pensamiento lógico, analítico, lineal, ha dejado un hueco a la “fuzzy lógic” o
lógica difusa; una y otra vez se nos invita a pensar fuera de la caja” (*), a
ejercitar el pensamiento divergente o lateral, como una nueva forma de mirar el
mundo para atacar y resolver los problemas y los retos que el día a día nos
plantea.
No se trata de trabajar más duro, ir a la carrera y
tomar más impulso, sino de pensar de manera diferente, de generar nuevas ideas
para resolver problemas cuya solución no puede encontrarse utilizando la lógica
y los paradigmas del pensamiento tradicional.
El jugador norteamericano de béisbol, Billy Beane,
encarnado en la película “Moneyball;
rompiendo las reglas” por el actor Brad Pitt, personifica un ejemplo que
resume lo anterior. Espoleado por el fracaso de no haber sido capaz de demostrar en el campo de
juego todo lo que se esperaba de él,
Billy Bean puso el foco de su naturaleza competitiva en la gestión y dirección
de equipos de béisbol.
Al comienzo de la temporada 2002 Billy se encontraba dirigiendo un modesto
equipo, los Oakland Athletics, cuyos mejores jugadores habían aceptado
contratos millonarios pasando a manos de los grandes clubes.
Enfrentándose a una situación ciertamente deprimente, y manejando un
presupuesto ciertamente modesto, Billy debía hacer frente a los más grandes del mundo del béisbol. Decidido a
afrontar el reto, buscó opciones fuera del mundo del béisbol que le llevaron a
contratar a Peter Brand, un economista de Yale, inteligente y con talento para
los números. Juntos se enfrentarían a las teorías establecidas para medir la
actividad en el juego y las reexaminarían apoyándose en el análisis estadístico
por ordenador, sistema despreciado hasta entonces por la clase dirigente del
béisbol.
En su análisis, llegaron a conclusiones que desafiaban la imaginación al
buscar jugadores que habían quedado descartados por otros clubes por razones de
edad, por su actitud personal, o por padecer determinadas lesiones, pero que
hacían gala de habilidades clave poco valoradas.
A medida que Billy y Peter avanzaban en su idea, los nuevos métodos y su
lista de “inútiles” irritaban a la vieja guardia, a los medios de comunicación,
a los forofos del béisbol y al propio director de campo que llegó a negarse a
cooperar en la estrategia diseñada. Finalmente, y a pesar de la tremenda presión
ejercida en contra, el experimento resultó ser todo un éxito que cambiaría la
forma tradicional de jugar al béisbol.
Aquellos que se atreven a explorar nuevos caminos, a
transgredir las reglas dictadas por quienes gustan de hablar desde el poder y
la autoridad, son quienes tienen más posibilidades de obtener el
mayor de los éxitos. Por supuesto, también tendrán que asumir el mayor de los riesgos:
el fracaso, término este que, sin embargo nos cuesta trabajo encontrar en el
vocabulario de nuestra etapa como niños.
No dejemos nunca de soñar que podemos conseguir
aquello por lo que nos esforzamos y luchamos, pero recordemos también la
“lógica” de Irene y busquemos puntos de apoyo, internos y externos, para
salirnos del plano. Después, solo es cuestión de tomar impulso y avanzar firme
y decididamente hasta la meta.
¿Reflexionamos?
- ¿Qué tal te manejas en la complejidad?
- ¿En qué medida te sientes creativo a la hora de resolver problemas?
- ¿Te dejas arrastrar con facilidad por los principios y las normas fijados por otros?
- ¿Encuentras seguridad al ceñirte a las reglas establecidas?
- Te has escuchado alguna vez diciendo cosas tales como:
- “No creo en ello”
- "Si hubiese otra manera de hacerlo mejor, ya se habría puesto en marcha"
- ¿Qué tal asumes el reto de enfrentarte a la autoridad, (léase jefe, padres, amigos), a la hora de exponer tus proyectos e ideas?
- ¿En qué medida te gusta explorar nuevos caminos, plantearte retos y transgredir, de vez en cuando, patrones convencionales de tu comportamiento?
- ¿Qué significa para ti la palabra riesgo?
Como lectura complementaria, incorporo una entrevista a Luis Bassat, (La "aberración monumental" de las empresas y su relación con la creatividad), que considero de interés.
La cita de Bassat a Dick Fosbury, que ganó el oro en altura en 1968 saltando de espaldas, me ha recordado, inevitablemente, a la "transgresora" Irene.
EXPLICADA POR LUIS BASSAT
La "aberración monumental" de las empresas y su relación con la creatividad
AA
La creatividad (Ed. Conecta) es su último libro, en el que ofrece un peculiar compendio de las fortalezas, posibilidades y direcciones del que parece ser el ingrediente central del futuro. En un mundo el que estamos obligados a generar valor añadido, el talento creativo parece ser la característica primera del éxito. Aunque esta carrera por el genio tiene muchas más vertientes de las que parece, según ha contado a El Confidencial:
PREGUNTA: ¿No tiene la sensación de que muy a menudo sobrevaloramos la creatividad? No porque carezca de valor, sino por su saturación. Todo el mundo quiere ser creativo, todos quieren ser diferentes, y pocos se preocupan por saber hacer las cosas más comunes, esas que han de realizarse todos los días.
RESPUESTA. Sobrevalorada no. Hacer las cosas bien es saber hacerlas hoy, pero también prepararse para el futuro. Las empresas, las personas y las instituciones que no se preparen para hacer bien las cosas mañana se estrellarán. No se trata de que hoy no puedas vivir sin creatividad, lo que puede conseguirse, sino de que mañana será imposible subsistir sin ella.
P: ¿Cuándo hablamos de creatividad queremos decir diferencia?
R: La respuesta es sí, pero no sólo. La creatividad consiste en hacer algo diferente, pero también en que el resultado esté mejor que su precedente. En el libro añado un tercer punto, básico para mí, que señala que si la creatividad es buena de verdad, creará escuela y se convertirá en la forma normal de hacer. Cuando Dick Fosbury ganó el oro en altura en 1968 saltando de espaldas, no sólo hizo algo distinto, sino que hizo algo mejor, y a partir de entonces todos comenzaron a saltar como él. También debemos tener en cuenta que la creatividad tiene niveles, que la hay buena, regular y mala. Hay creativos que hacen cosas diferentes, pero que son bastante malas. Son como esos escritores que tienen algún elemento original en sus escritos, pero que no consiguen un buen resultado final .
P: Compendia en el libro 20 caminos creativos de la publicidad. Dice que hay algunos de ellos, como el humor, que siguen funcionando bien hoy, pero imagino que cada sociedad elige los suyos. Hoy vemos publicidad agresiva y rompedora que no hubiera funcionado bien hace dos o tres décadas y que hoy sin embargo triunfa.
Hay caminos que aparecen y otros que desaparecen, Décadas atrás, en la publicidad se utilizaban muy a menudo dobles. Los spots en los que, pongamos por caso, aparecía un doble de la reina de Inglaterra recomendando un tipo de té eran muy frecuentes, pero de repente no se han utilizado más, quizá porque lo que transmitía del producto no era bueno. Hay caminos que desaparecen y otros que vuelven. La llamada publicidad racional desapareció cuando los productos empezaron a igualarse. Los detergentes, hace mucho tiempo, se vendían explicando que tenían unos polvos amarillos que eran los que luchaban contra la suciedad y otros azules que eran los que conseguían que tu ropa estuviera más blanca, y eso parecía gustar mucho a la gente. Pero poco tiempo después todos los detergentes llevaban ya polvos amarillos y azules, con lo cual no podías explicar bien la diferencia, y se recurría mucho más a la publicidad emocional para establecerla.
Hoy, sin embargo, los elementos racionales están regresando porque se compra de otra manera. El consumidor antes iba a El Corte Inglés a por un televisor, le atendía un dependiente, le preguntaba si lo quería con euroconector o sin él y el comprador contestaba 'cómo usted nos diga'. Ahora, con internet, es al revés, el joven pregunta al vendedor por un televisor 4k y éste le dice que no sabe lo que es. La gente se informa a través de la red, sabe que hay televisiones que tienen una definición cuatro veces mayor y van a buscar ese producto concreto. Esas nuevas pautas de consumo harán que la publicidad racional vuelva a utilizarse.
P: ¿Cree que este será un fenómeno generalizado? Los elementos racionales están cada vez menos presentes en la sociedad, que apuesta mucho más por los emocionales. Ocurre en casi todos los terrenos también en el periodístico… ¿Cree que lo racional volverá a utilizarse socialmente en el corto plazo?
R: Todo evoluciona, las noticias también, y creo que en algunos casos hemos salido perdiendo. No puedo sufrir que los telediarios dediquen más de 20 minutos en todas sus ediciones a asesinatos, raptos y robos. Eso era lo que hacía El Caso, una publicación que vendía muy bien, y ahora lo hacen las televisiones…
P: Es un ejemplo significativo, cómo una publicación poco prestigiosa se ha convertido en referencia de los informativos…
Creo que en esto tiene mucho que ver que las empresas de comunicación estén todas mirando el corto plazo. Y creo que la culpa es de la bolsa. Antes, cuando una persona ponía en marcha una empresa, lo hacía para dejar algo a sus hijos. Buscaba beneficios, claro, pero también los reinvertía para que la empresa siguiera creciendo. Ahora las grandes firmas, especialmente las multinacionales, funcionan en base a los beneficios no ya anuales, sino del trimestre, lo cual es una aberración monumental, porque puedes tomar decisiones equivocadas para tu compañía con el único objeto de que dé más beneficios este trimestre. Algo así ocurre con los medios de comunicación, que buscan audiencia esta noche cuando quizá deberían preocuparse de ser líderes el año próximo.
P: Eso ofrece un panorama muy complicado para que la creatividad se desarrolle, porque las ideas necesitan tiempo y porque cuando se está mirando sólo el corto plazo, se tiende a utilizar las perspectivas más conservadoras.
R: ¿Para qué sirve aportar nuevas ideas? En la época en la que fui director creativo de Ogilvy, visitábamos las fábricas Ford para saber qué automóviles se iban a lanzar cuatro años después. Veíamos prototipos y dábamos sugerencias. Hoy eso es imposible porque dentro de dos días a lo mejor ni siquiera estás llevando la cuenta de Ford y porque todo el mundo está pendiente de vender más unidades hoy. Pero con esa perspectiva hipotecas el futuro y no le sacas a la publicidad toda su rentabilidad, porque la creatividad sirve para vender producto pero también construir marca. Si sólo buscas vender ahora, el comprador ya nunca pensará en términos de fidelidad y no dará vueltas a qué modelo de Ford nuevo va a adquirir, sino que buscará el coche más barato. Y así estamos ahora, que sólo venden las promociones, el low cost…
P: Ese es el nuevo contexto. El consumo parece dividirse entre los productos pensados para las clases acomodadas y el low cost.
R: Hay cada vez más millonarios. Vengo de la India y me he quedado sorprendido con la cantidad de Rolls Royce y de Bentleys que he visto en lugares como Nueva Delhi. El número de millonarios está aumentando en países que no hubiéramos imaginado, y eso está provocando que se vendan más bienes para esa clase muy acomodada. Pero, al mismo tiempo, hay cada vez más pobres. La publicidad siempre ha vivido de la clase media, de compañías digamos normales, y ahora no hay, porque o vendes carísimo o vendes low cost. Y eso no es bueno, desde mi perspectiva, porque acrecienta las diferencias sociales, y yo prefiero que haya más gente de clase media.
P: Por volver al principio, me decía que la creatividad era necesaria no para el presente, sino sobre todo para el futuro. Si pensamos en términos de corto plazo y de bienes polarizados, estamos olvidándonos de aquello para lo que la creatividad sirve.
La creatividad sufre, sin duda, y mucho. Dime qué nuevas empresas, modelos o productos están surgiendo en España. En los ochenta todo eran nuevos modelos, nuevas firmas, cosas nuevas. Ahora todo el mundo está exprimiendo la vaca, y algunas están famélicas. En España hay que hacer algo rápido o nos podemos bajar del tren del estado del bienestar.
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