Cuando la sabiduria de los pequeños sale al encuentro de los mayores, o el arte de romper paradigmas.

"Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquéllo que desea" (Paulo Coelho)


martes, 18 de febrero de 2014

Asombro.




#1: ¡Abrir los regalos es lo que más mola!

                                                                                                (María, 8 años)

  El asombro nos espera en cada esquina. 
James Broughton
                                                                             
   Yehudi Menuhin, uno de los violinistas y directores más brillantes del siglo XXI demostró, desde su niñez, un talento musical extraordinario.

Nacido en Nueva York en 1916, de inmigrantes rusos, lord Menuhin era reconocido universalmente como un titán de la música y un infatigable defensor de causas humanitarias y artísticas. Quienes le conocían destacaron siempre su disponibilidad a hablar con los jóvenes. Era un maestro por excelencia cuya virtud estaba prácticamente al alcance de todos.

El momento de mayor asombro de lo que sería toda su carrera musical, tuvo que producirse en el instante mismo en que descubrió que el violín que le habían regalado sus padres “no cantaba”. A este descubrimiento inicial, le siguió el enfado. Menuhin destrozó el violín al arrojarlo contra la pared (la pasión que más tarde pondría en sus ejecuciones, ya apuntaba maneras). Tardaría poco tiempo en descubrir que, ante el pertinaz silencio y la pasividad del instrumento musical era, precisamente él, quién debía hacerlo "cantar".





Asombro.

Digámoslo: el asombro, es una emoción ligada  a la curiosidad, al aprendizaje, a la sorpresa, al descubrimiento, a la pregunta…

Si nos paramos a pensar qué gesto asociamos a esta emoción, lo más probable es que visualicemos un rostro con los ojos muy abiertos, la mirada deslumbrada, enmudecido ante lo que contempla, lo que escucha, o lo que intuye que sucederá a continuación.

Nada como el rostro de los pequeños para capturar ese instante mágico que se produce mientras contemplan fascinados aquello que ignoraban que existiera o cuando se muestran extasiados por lo que está sucediendo.

¿Y qué hay de nosotros, los adultos? ¿A dónde ha ido a parar, con el paso del tiempo nuestra capacidad de fascinación, de asombro? ¿En qué plano de nuestra experiencia vital hemos ido guardando ese cúmulo de sensaciones que, en algún momento de nuestra vida, nos proporcionaron instantes sublimes en forma de pequeños detalles que se hicieron inmensos, importantes, gracias al enorme valor que nosotros les atribuimos en su momento?  

Ante el exceso de racionalidad que prima en las mecanizadas sociedades postmodernas en las que lo tangible prima ostensiblemente sobre lo intangible, hemos ido perdiendo nuestra curiosidad, nuestra capacidad de hacernos humildes y reconocer que no lo sabemos todo; de sentirnos como niños que descubren mundos a través de lo que imaginan; de hacernos preguntas; de asombrarnos, como hacen los peques, ante lo que ayer nos era desconocido y se nos revela hoy, en todo su esplendor.

La maravillosa sensación que experimenté -asociada a la emoción del  asombro- cuando supe que Paula, una pequeña a la que adoro, estaba aprendiendo a tocar el violín, es la génesis de este Blog. Si has pasado por lo que se siente,  por ejemplo, al descubrir las capacidades de tu hijo para hacer deporte,  o al saber que, contra todo pronóstico, sacó esa nota brillante que necesitaba para su acceso a la Universidad, o lo que viviste cuando tu hija recibió un premio por aquella sublime actuación musical que el público asistente aplaudió a rabiar o cuando tu peque te mostró aquellos primeros dibujos, torpemente trazados con lápices de colores, en los que tú ocupabas un lugar destacado en el papel, sabes de lo que te estoy hablando.

En su impresionante obra “Metamanagement, la nueva conciencia de los Negocios”, antes de profundizar sobre el coste que tenemos que pagar si, de manera consciente, rehusamos responder al impulso de la emoción, Fredy Kofman nos habla de la importancia de las emociones para la correcta ejecución de las tareas. Al referirse a la emoción del asombro, dice: “Nos asombramos cuando nos encontramos frente a algo que consideramos valioso, misterioso y magnifico. El asombro es la actitud fundante de todas las ciencias naturales y humanas, de todas las religiones y filosofías. Por ejemplo se experimenta al contemplar una obra de arte, cuando se percibe la plenitud de la naturaleza, en el momento que se capta la armonía teórica de las matemáticas o al reconocer la profundidad insondable del espíritu humano. En el mundo económico, uno puede asombrarse ante la infinita complejidad del sistema económico y social en que operan las empresas”.

En concreto, al referirse a la emoción del asombro, Koffman dice cosas tales como que: sin capacidad de asombro, la ida se percibe gris y plana. Uno pierde perspectiva de las oportunidades para disfrutar, aprender e inventar. Siente aburrimiento permanente, hastío, falta de respeto y desconsideración por la realidad y por los demás seres humanos. Dificultad para conectarse con el prójimo. Falta de empatía, cinismo, alienación."

El gran Oscar Wilde definió al cínico como “aquél que sabe el precio de todo, pero no aprecia el valor de nada”.

He visto el brillo en los ojos de Paula cuando practica durante sus clases de violín; su emoción y disposición para el aprendizaje. De continuar así, estoy por asegurar que su primer concierto causará asombro.

¿Reflexionamos?
  • ¿En qué medida aprecias el valor de las cosas?
  • ¿Cuál es tu relación con “el asombro”?
  • ¿Te consideras un superviviente de la rutina, el aburrimiento y la monotonía, que se traduce para otros en largas horas sentado frente al televisor, hablando por el móvil o dependiendo del ordenador? 
  •  ¿Por qué caminos transitas ahora mismo?¿Has iniciado algún proceso de aprendizaje y cambio que te saque de la rutina, y la apatía?
  • ¿Sientes, tal vez,  que hace tiempo que cerraste la puerta, a esos momentos de “asombro compartido” que antaño disfrutaste con los tuyos (llámese hijos, pareja, familiares o amigos), porque decidiste abrir de par en par las ventanas a todo aquello que la certidumbre te dice que es lo “normal” aunque carezca de creatividad y espontaneidad?
  • ¿Hay algo que te impide, a día de hoy, revivir esas sensaciones, trasladarlas nuevamente a tu vida cotidiana, a tu trabajo?
  • ¿Existe un coste, en términos de felicidad, que estés pagando por tu apatía, tu falta de interés y tu aburrimiento?
  • ¿Hasta cuando vas a continuar relegando las cosas realmente importantes?
  • ¿Hay algo que puedas hacer para revertir esa situación?

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